Por: Alejandro Villanueva
Uno, después de una relación, queda hecho polvo. El tiempo compartido se convierte en un eterno retorno, donde la nostalgia se apodera del ser, y uno termina extrañando hasta el día en que se dedicaron a ver Teletubbies un viernes por la noche, mientras el grupo de amigos se encontraba bebiendo suficientes bebidas alcohólicas para ser los nuevos protagonistas del comercial: “Con el alcohol no solo se te van las luces, también se te va lo que más quieres”
Me parece increíble cómo la ausencia de una persona puede alterar la realidad al punto de hacerte considerar algo tan extremo como militar en el partido de Ingrid Betancourt. Entonces uno se pregunta: ¿Por qué tiene tanta importancia? ¿Acaso me traerá tantos clientes como Andrés Sarabia? ¿Me ayudará a hacer negocios con Euclides Torres? La respuesta es obvia: claro que no, es mi exnovia, no Xavier Vendrell. Y ahí comienza lo más complicado, porque pasas de ser un capitalista obsesionado a alguien que no supo valorar lo realmente importante. El valor no estaba en las externalidades, sino en las internalidades.
He tenido la fortuna de emborracharme con mi cantante favorito, de trabajar con personas que admiraba desde pequeño, de viajar, farrear y darme la vida de Nicolas Alcocer. Podría fácilmente dedicarme una canción de Arcángel o de Feid, esas donde se la pasan diciendo que son la verga y están en Miami. Pero ninguna de esas cosas se comparaba con un abrazo de ella. Un simple abrazo suyo me movía más que cumplir todas esas metas que la sociedad impone a punta de propaganda gringa y arribismo colombiano.
Es ahí donde comienza la búsqueda: ¿Qué o quién me hará sentir lo mismo? Llegué al extremo de invitar a mi exnovia de hace cuatro años a vivir conmigo. Como diría el exdefensor del pueblo: salió mal. Pero en esa búsqueda encontré una respuesta: denunciar traquetos. Eso terminó siendo mi hobby. Mientras algunos juegan sospechosamente al fútbol a las 11:59 de un viernes en la noche, yo me dediqué a denunciar al Cártel de Sinaloa, a John Rueda y a cualquier traqueto o lavador que me cruzara en el camino.
Esto se ha convertido en algo parecido a ser Batman, con la editorial de este medio haciendo de Alfred, recordando constantemente: “Conozca sus límites, señor Wayne”. Están hartos de que cada vez que me pongo triste, surja un nuevo problema de seguridad. Pero, cómo una vez dijo un filósofo callejero: “Es que me gusta la adrenalina”.
Desde hace algunos meses venía siguiendo la pista a Sergio Arciniegas, un sibarita que vivía la vida típica de cualquier hijo de político tradicional. En medio de la fiesta de aniversario de este medio, tuve una epifanía: lo que me va a sacar de esta situación tan insoportable es exponer a un narco. La felicidad que me fue arrebatada por una mujer que se fue, yo se la quitaría a un narco, solo porque sí. Puede que sea un pirobo, pero al menos no lavo plata, y eso me hace sentir mejor.
No sé qué pasaba por mi cabeza para llegar a algo tan irracional, pero seguí adelante con la investigación. Las noches que antes pasaba escuchando Arctic Monkeys ahora las dedicaba a oír audios filtrados de unos tipos con acento neoyorquino, a quienes muchas veces no se les entendía nada. Las fotos juntos se transformaron en fotos de Arciniegas en fiestas con la élite bogotana, y los chats se convirtieron en la acusación del gobierno estadounidense.
Arciniegas se convirtió en el fantasma de mi ex, acompañándome en las buenas, en las malas y hasta en la nueva reforma tributaria. Al final, fue una especie de catarsis; como si me hubiera tomado de la mano y me dijera: “Alejandro, eres todo lo que estuve esperando”, logró sacarme una sonrisa, la primera en meses.
Estaba tomándome una pola con un exjugador de Millonarios cuando recibí un mensaje de un buen amigo, aunque es tan de extrema derecha que da hasta pena mencionarlo. Me dijo que el artículo se había filtrado en esos grupos que los gomelos arman para ir a meter perico al Peñón. Qué lástima que ya no esté Arciniegas; seguro le compraban a él. ¡Duro golpe a la oferta y demanda! En ese momento sentí lo que Coronell sentía en la vieja Semana y pensé: “Ash, toca salir mañana”. ¿El problema? No hay peor día para publicar algo en redes que los viernes; eso me lo enseñó el antropólogo Josué Rodríguez.
Terminé sacando el artículo al día siguiente; no tuvo gran revuelo, pero esas no son penas para este pistolero. Me fui a dormir y al despertar vi que el presidente Gustavo Petro no solo había leído el artículo, sino que lo había publicado, catalogando a Arciniegas como “muñeco de la mafia”. Pobre tipo; si no yo hubiera sido tan desatento, no lo hubiéramos boleteado junto al presidente de Colombia. Pero creo que Petro también tiene su tusa y está en la misma situación que yo. No hay nada mejor para el desamor que mantenerse ocupado: para mí son los narcos, y para él, imaginarse golpes de Estado y defender a Laura Sarabia. Así es como Petro y yo nos convertimos en un equipo contra el desamor, como una especie de Calamaro y Bunbury, haciendo lo que sea para no caer en el alcoholismo, aunque creo que Petro este tema se le va complicado.
Esto me llevó a tres conclusiones.
La primera: uno nunca sabe cuándo algo va a terminar, así que abracen mucho mientras puedan. La segunda: mantenerse distraído sí ayuda; tal vez termine lanzándome a la alcaldía o algo así. Y la tercera: no lave plata, porque uno nunca sabe cuándo unos despechados lo vayan a tomar de muñeco de la mafia. No es que ahora me haya vuelto poeta, ni que por ser amigo de Alejandro Gaviria me vaya a dedicar a escribir reflexiones profundas. Desafortunadamente, no soy Carolina Sanín; si lo fuera, viviría como ella. Simplemente quería expresar esto. ¿Y quién me lo va a impedir si esto es mío?