Por: Angie Belén Garzón
A veces me encuentro pensando en qué es la conciencia. Quizá por el ritual católico de mirar adentro para no encontrar respuestas sin fe o por la costumbre del estudiante de derecho de preguntarse las cosas para responder: depende.
Lo pregunto porque alguna vez, después de pedirle a Chat GPT que me ayude con algún deber de la universidad, le pregunté si tenía conciencia. A esto respondió: “No, no tengo conciencia ni autoconsciencia. Soy un modelo de inteligencia artificial diseñado para procesar información y generar respuestas basadas en patrones de datos. No tengo pensamientos, emociones ni la capacidad de experimentar el mundo como lo haría un ser humano. Solo sigo instrucciones para brindar información útil o ayudar con diversas tareas.”
Pero me pregunté si eso, acaso, no era tener conciencia. Pues su respuesta parecía decir sí.
Sí tengo conciencia de que no tengo conciencia. Como si la excepción de la afirmación confirmara por completo la premisa. Por ejemplo, si yo (humana) reconozco mi condición de humana, tengo conciencia sobre mi humanidad; no por ser más o menos humana sino por poder reconocer de esta ser la condición que me constriñe.
¿No es acaso lo mismo? Tener conciencia para hablar de la no-conciencia.
¿Qué es conciencia?
Para mí, tener conciencia es saberse limitado. Aprender sobre la condición. Conciencia no es sentir, es saber. Esto, reafirmado en la etimología de la palabra; misma que proviene del vocablo latín “conscio”. La unión entre “con” y “scio”, que significa conocimiento, hace de esta posible deducir que su empleo se refiere a la aprehensión del conocimiento (Tamayo, 2009).
Por eso cuando mi mamá me pide que sea consciente sobre la realidad económica de la familia no me está pidiendo empatía, aunque esto pareciera. Por el contrario, la empatía es el contenido residual de un proceso ligado al conocimiento. Lo que mi madre me pide es que reconozca que una situación A se intersecta con otra situación B. Un proceso lógico, lingüístico; un proceso.
¿No es eso todo lo que hacen las máquinas, tener procesos?
Y cada vez que acabo en una discusión defendiendo que, bajo esos argumentos las inteligencias artificiales sí tienen conciencia recibo la misma respuesta: ¡No! Eso no es conciencia, ellas (inteligencias artificiales) están programadas por un tercero para dar esa respuesta, por tanto no son conscientes. Como si el tercero en cuestión demeritara el proceso cognitivo de una inteligencia artificial. Quiero decir, nosotros también adquirimos conciencia por unos otros terceros. La vida en sociedad, las instituciones, la cultura, los legisladores, los líderes espirituales, los tecno feudalistas, los influencers, los lingüistas y los ritos nos han programado a nosotros para adquirir conciencia. Ósea, para admitir nuestra condición de vida como una limitada y normativizada.
Quizá les resulte aterrador pensar en cuál es nuestra condición de humanidad. Y que quizá, sí de forma afirmativa la conciencia sí nos hace humanos, ¿qué pasa cuando otra forma de vida también es consciente? Acaso seremos menos humanos, más o menos humanos o ellos algo más humanos que nosotros.
En fin, creo que más allá de la humanidad (cosa que no me interesa pensar porque este texto no viene en defensa del antropocentrismo ni de la jerarquía especista) me interesa pensar en este hipotético: si otras formas de vida tienen conciencia , entonces ¿qué nos hace diferentes?
Por ahora, el cuerpo. El cuerpo que contrario a la conciencia podría ser saber y sentir al tiempo. Una materialidad accidental y vulgar; no académica, sosa y poco sofisticada.
Sería cómico ¿no? El dilema entre ser un humano más animal por pensarse como cualidad más humana el cuerpo o uno más artificial por pensar en la conciencia.
En fin,
Un humano-animal.
Un humano-artificial.
Un humano (animal-artificial).