Por Nicolás León
¡Me mamé de reivindicar la soledad! La compañía es una forma de resistencia en un mundo en el que nos obligó a encontrar valor en la soledad, en la individualidad y en la desconfianza. Desde que éramos niños nos bombardearon con frases motivaciones, en las que, palabras más palabras menos, nos dijeron que teníamos que aprender a estar solos. “Solos nacimos, solos nos moriremos”, “hay que aprender a estar solos”, “si no te esfuerzas, nadie lo hará por ti”, etc. Basta con entrar a Tik Tok y ver el contenido de los influencers con “mentalidad de tiburón” para entender mi punto.
En mundo dónde el capitalismo ganó, no solo la batalla político-económica, sino también ideológica — a lo mejor la más importante —, nos enseñó que el actuar en pro del desarrollo de la individualidad debía estar situado por encima de lo colectivo y lo social. La individualidad se sitúa en el centro del capitalismo, pues, este sistema económico se basa en la idea de que los individuos, actuando en su propio interés, generan progreso y bienestar a través de la competencia y la innovación. En otras palabras, para que este sistema funcione necesita romper — o al menos hacer creer que rompe — las estructuras sociales, individualizarnos, separarnos y generar desconfianza. La tesis hobbesiana hecha realidad.
Nos han hecho creer que hubo algún momento de la historia dónde habían individuos y de forma casi mágica se formaron sociedades, sin embargo, considero todo lo contrario. No veo en el individuo el origen de las sociedades. En otras palabras, no es que había individuos y se formaron sociedades, por el contrario, los individuos son un producto histórico. Como ya lo habían apuntado tanto Hegel como Marx, la realidad de lo social es lógica e históricamente anterior a la realidad de lo individual. En las sociedades precapitalistas no había un desarrollo propio de la individualidad, es un desarrollo propio de la modernidad. El discurso anticolectivo, pro individualidad, viene acompañado de una retórica pro desconfianza. Desconfiar del otro, del diferente, del extraño, del extranjero, parece ser una máxima de nuestras sociedades modernas.
La compañía, como sinónimo de comunidad, entonces, se convierte en una subversión. La colectividad, bien en causada puede resultar siendo un acto profundamente contrasistema. En un mundo que glorifica la soledad y la autosuficiencia como virtudes, buscar la compañía de otros, crear redes de apoyo y colaboración, es una forma de desafiar los fundamentos del capitalismo moderno. Al reivindicar el valor de lo colectivo, estamos rescatando lo que el
mercado ha tratado de borrar: la interdependencia. En su lógica, el capitalismo busca crear consumidores aislados, sujetos que vean en el otro una competencia, no un compañero. Pero esa idea es una construcción, no una verdad natural.
Las relaciones humanas, el contacto, la convivencia, han sido pilares fundamentales en el desarrollo de las sociedades. Si bien el capitalismo promueve la narrativa de que somos individuos antes que seres sociales, la realidad es que hemos sobrevivido y prosperado gracias a nuestra capacidad de colaborar, de vivir en comunidad. Necesitamos volver a las tesis de Durkheim sobre el tejido social y la solidaridad moral. Reivindiquemos la compañía, generemos redes de confianza, resistamos al capitalismo.