Emilio Niño
El Plateado, un corregimiento enclavado en el Cauca no es solo un nombre en el mapa; este es un lugar donde las promesas crecen al ritmo de la coca, un lienzo donde cada acción dibuja un destino incierto y donde la operación militar en marcha parece haber abierto una caja de Pandora. Pero más allá de un pedazo de tierra o control físico, lo que realmente se disputa es el control simbólico y emocional, porque en este rincón olvidado, la paz necesita más que soldados; necesita confianza.
Para los habitantes de El Plateado, la llegada del ejército no es necesariamente una señal de liberación. Llevan años viviendo entre el miedo y la incertidumbre, atrapados entre el narcotráfico y la violencia. Así que la presencia militar, aunque visible, no alcanza a tocar lo que más importa: los corazones de las personas, y la confianza en un Estado que para muchos, sigue siendo un fantasma lejano.
La Operación Perseo es la apuesta del gobierno de Gustavo Petro para “abrir” la caja de Pandora que es El Plateado. Una caja donde emergen esperanzas de paz y estabilidad pero también nuevos conflictos, miedos y desafíos. Así como en el mito, abrir la caja trae consigo más preguntas que respuestas. El desplazamiento de familias y la intensificación de los enfrentamientos dejan una sensación amarga. La paz prometida parece tan esquiva como antes.
Como un lienzo en blanco todos quieren pintar su visión. El ejército pinta con balas y estrategias militares, las disidencias con violencia y narcotráfico, mientras que el gobierno dibuja promesas de infraestructura, alternativas a los cultivos y desarrollo. Pero, en medio de todo, las comunidades locales se ven atrapadas en un cuadro que no han elegido. Mientras tanto, los proyectos de inversión que deberían traer cambios se sienten tan distantes como el Estado mismo.
Y es que, en el Cañón del Micay, las promesas crecen como la coca. El gobierno habla de compra y sustitución de cultivos, pero la realidad es que la coca sigue siendo la única fuente de sustento para muchas familias. Las promesas de inversión suenan bien en Bogotá, pero en El Plateado, lo que florece no son escuelas ni hospitales, sino más plantas de coca. ¿Puede el Estado cumplir esta vez? La historia ha demostrado que las promesas, como la coca, crecen rápido, pero también se marchitan sin resultados reales.
El verdadero reto para el gobierno no es solo ocupar un territorio, sino devolverle a la comunidad su dignidad y su futuro. Porque El Plateado no necesita más guerras ni promesas vacías. Necesita que, de una vez por todas, las palabras se conviertan en acciones. Solo entonces, tal vez, el Estado logrará no solo tomar el control, sino también ganar la confianza de quienes han vivido demasiado tiempo en el olvido.
El reto es claro: no basta con tomar un territorio, hay que ganarse su alma.