Libertad y opinión

Editorial

Los editores de cualquier medio de comunicación debemos ser ante todo defensores de la libertad de expresión. Siempre la carga de la prueba está en quien decide no publicar, en quien supuestamente, para salvaguardar un valor superior, toma la decisión de censurar un artículo o columna. No basta con que la opinión sea antipática, ponga en cuestión algunos valores o incluso contradiga algunos hechos dados por ciertos.

Ya lo había dicho John Stuart Mill en 1859. En palabra del pensador liberal Isaiah Berlin:

“Mill creyó que mantener firmemente una opinión significaba poner en ella todos nuestros sentimientos […] No pedía necesariamente el respeto a las opiniones de los demás; lejos de ello, solamente pedía que se intentara comprenderlas y tolerarlas, pero nada más que tolerarlas. Desaprobar tales opiniones, pensar que están equivocadas, burlarse de ellas o incluso despreciarlas, pero tolerarlas […] Mill predicaba, por consiguiente, la comprensión y la tolerancia a cualquier precio. Comprender no significa necesariamente perdonar. Podemos discutir, atacar, rechazar, condenar con pasión y odio; pero no podemos exterminar o sofocar…».

La cultura de la cancelación pretende invertir la carga de la prueba. La censura debe ser la excepción. Siempre la excepción (como en el caso de los negacionistas del holocausto, por ejemplo). Una excepción que necesita, además, argumentos claros y precisos. En el debate suscitado por la columna de Ariel Armel sobre los falsos positivos, muchos han argumentado que la censura estaba plenamente justificada, pues la columna incurría en desinformación y que este no era por lo tanto un debate sobre la libertad de expresión, sino un asunto más simple que se reducía al simple ejercicio de fact-checking.

No es tan fácil. El dilema era verdadero. La columna ponía en cuestión un estimativo razonable. Planteaba que los hechos aceptados podrían no ser ciertos. No ignoraba simplemente una verdad evidente, contradecía una información sobre uno de los hechos más terribles de la historia contemporánea de nuestro país. Decir que todo era un asunto de fact-checking cuando lo que hacia la columna (de manera sesgada, claro) era una forma de fact-checking es trivializar el debate.

¿Qué habría dicho Mill? En su opinión, las ideas u opiniones falsas y malintencionadas deberían confrontarse, no suprimirse. La confrontación, creía, le sirve a la sociedad. Utilitariamente pensaba que el debate sobre una opinión altamente cuestionable es mejor que el no debate que anticipa la indignación moral, que la censura que impide la discusión y la expresión de la rabia y el rechazo.

¿Por qué decidimos finalmente censurar la columna? No por la ausencia de fact-checking. Nuestras razones fueron distintas.

Lo hicimos porque la columna minimizaba moralmente un crimen terrible que, más allá de los números, merecer ser rechazado sin ambages. La columna irrespetaba las víctimas. Equivalía a una forma de negacionismo que se acerca ya a las excepciones de Mill. No fue fácil publicarla inicialmente. Tampoco fue fácil censurarla. Seguimos creyendo que la libertad de expresión, que, casos como este, muestran que es un asunto complejo. Seguiremos defendiéndola con contadas (y argumentadas) excepciones.