Tener siempre encendidas las luces del circo de la vida
Aunque los payasos estén tristes,
La soga de los trapecistas derruidas y la carpa
Remendada, el circo de una nueva vida debe continuar
– Raly Barrionuevo
Por: Nicolás León
En los últimos días se volvió tendencia en redes sociales una entrevista de un afamado periodista de la derecha colombiana, quien esta vez tenía el rol de ser el entrevistado, en la que afirmó, con mucha ligereza y sin mayores argumentos, que el gobierno de Gustavo Petro había matado a la izquierda. Fue tan altisonante la frase que hasta se ganó el titular de la nota y una respuesta en esta columna.
Las izquierdas, en general, a lo largo y ancho del globo, han sido perseguidas, amedrentadas y, en muchos casos, masacradas. Sin embargo, me compete hablar de las izquierdas colombianas. La historia acá no es diferente. En Colombia, las izquierdas han sobrevivido a decretos presidenciales con los que, haciendo uso de la fuerza institucional del Estado, se criminalizó y judicializó a sus militantes. Hago referencia al decreto 434 de 1956, firmado por el entonces presidente Gustavo Rojas Pinilla. Este acto legislativo decretaba que “Quien tome parte en actividades políticas de índole comunista, incurrirá en presidio de uno a cinco años o en relegación a Colonia Agrícola Penal por igual término”. Se limitaron las ideas, se criminalizó al diferente, se penalizó el pensamiento. No siendo suficiente, las izquierdas en Colombia sobrevivieron a la exclusión política a lo largo de toda su historia. Este hecho se hizo más claro y notable cuando los líderes de los partidos tradicionales firmaron el Pacto de Benidorm, dando así inicio al periodo conocido como el Frente Nacional, donde, en resumidas cuentas, el poder hasta 1974 iba a ser repartido en cuatrienios entre estos partidos, quitando así la posibilidad de que, por vías democráticas, las izquierdas llegaran al poder. Y cómo ignorar el hecho de que las izquierdas en Colombia sobrevivieron a un exterminio: a la Unión Patriótica, partido nacido de un acuerdo de paz entre el Estado y las ya extintas guerrillas de las FARC, le asesinaron 5,733 de sus militantes, según las estimaciones de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Fue el paramilitarismo quien, fuertemente vinculado con el Ejército colombiano, perpetuó este lamentable exterminio.
Las izquierdas en Colombia son inmarcesibles. Ni la persecución estatal de Rojas Pinilla, ni la exclusión política por parte de la oligarquía, ni el plomo del paramilitarismo apoyado por el Estado nos marchitaron. Si bien es cierto que las izquierdas en Colombia no están muertas, sí considero que es momento de refundar las izquierdas, con el propósito de insistir en la existencia de cuestiones eminentemente políticas que deben volver a estar presentes en el debate social, proceso que Petro ha puesto en marcha poniendo en la opinión pública la necesidad de reconfigurar el sistema pensional, laboral, de la salud, de educación y de justicia. Además de lo anterior, como sugiere Marta Harnecker, es necesario iniciar un proceso donde socialmente se deje de concebir la política como el arte de lo posible, sino más bien como el arte de construir la fuerza social y política capaz de cambiar la realidad, haciendo posible en el futuro lo que hoy parece imposible. Con una argumentación similar, Gramsci sería un férreo crítico del realismo político en exceso, pues actuar bajo un realismo radical implicaría operar únicamente bajo el ámbito de la realidad efectiva, concentrándose exclusivamente en el ser, excluyendo el deber ser y limitándose a actuar con las limitaciones del presente. Crear nuevas y diferentes formas de poder implicaría, pues, no dejar de lado el deber ser y no olvidar que no solo diciendo sino también haciendo, propendiendo por una coherencia radical entre la palabra y el gesto. Tenemos que ir todos, sin discriminaciones, a recuperar los ideales que en el camino se fueron quedando rezagados.
Porque reducir la izquierda a una pura expresión de pensamiento ideológico sería una injusta simplificación. Somos más que eso: el respeto por el pluralismo político, apoyar la intervención del
Estado en la economía en pro de una justa repartición de las riquezas, la insistencia en el concepto de igualdad, el establecimiento de un Estado de bienestar y de una democracia radical, la recuperación de la soberanía popular, perdida por las fallidas democracias representativas, entre otras muchas luchas y reivindicaciones sociales que, a lo largo de la historia, la izquierda ha acogido por convicción. Porque somos la izquierda que no teme decir su nombre, podemos gritar que la izquierda en Colombia no está muerta y no va a morir jamás. Si los calabozos y las balas no lograron extinguirnos, nada lo hará.